Agudo,
El sonido fue aumentando y aumentado ininterrumpidamente, escalando en un tono elevado que exacerbaba trepidante el sentido auditivo de aquel que sólo empezó a ser consiente de su nueva existencia ahí, en medio del burbujear afanoso que volvía espuma sus neuronas y que hacía hervir frenéticamente hasta el más inusitado rescoldo de su destrozado cuerpo.
El sonido convertido ya en ruido crecía terco e insuperable a cualquier otra sensación física y alcanzó un tono tan alto que hizo vibrar los pabellones de sus orejas violenta pero imperceptiblemente, y fue en ese punto donde ya no lo pudo soportar más y quiso gritar, liberar de algún modo algo de esa tensión que lo agobiaba, pero no hubo sonido que él pudiera emitir ni mucho menos pudo encontrar boca que lo reprodujera, como si no fuera dueño del momento que acontecía, ajeno a intervenir en esa tronante sucesión de eventos. Fue en ese preciso instante en el cual su oído no pudo aguantar más la arremetida de aquella agreste acústica desbocada.
Ahí, en ese mismo instante vio la luz.
Empezó como un pequeño punto blanco en todo el centro de la negrura que nublaba su visión, luego empezó a brillar y a oscilar en sus bordes, como si aquel ruido demencial produjera ondas en él, como si fuera un pequeño sol en llamas: una estrella que no se resigna a perecer. Las oscilaciones aumentaron en nodo y frecuencia de segundo a instante hasta alcanzar una velocidad tan absurda que fatigaron el cerebro de aquel remedo de ángel caído y produjeron tal mareo y saturación que el hombre se sintió desfallecer, justo en el momento en que una ínfima y nueva explosión desde su mismo centro inundara el vacío casi absoluto, llenándolo decididamente de aquella dolorosa blancura que asediaba el inexistente esteticismo que reina en toda oscuridad.
Aquella luz asaltó creciente e invasiva
El ruido se detuvo por fin con una estocada seca y abrupta sin más réplica ni protesta,
Silencio…
El hombre decidió descansar, pues el dolor proporcionado por aquella primera arremetida había fatigado todo lo que hasta ese momento era su material ser. El tiempo transcurría sin celeridad ni unidad horaria capaz de describirle.
Silencio…
“¿Cuánto habré de esperar?” Pensó, resumiendo su primer acto intelectivo consciente en la sumisión ante el aburrimiento. La quietud, el discurrir estático de este nuevo evento oponía un tanto de sentido reflexivo a la situación. Asentados sus pensamientos ante el incalculable instante
Su situación estacionaria, de satélite de sí y de su propia existencia empezó a incomodarle: sin un mundo en qué vivir, sin colores, olores ni una triste textura de la cual aferrarse, la psique de hombre empezó a generar corto circuitos que volvían sus de por sí pocos y carentes de contenido pensamientos en espasmódicas y nimias tormentas de angustia que le taladraban el alma.
El horror producido por el verdadero silencio, el verdadero vacío y la única
Se acercaba rápido, en un creciente y violento rumor.
Alternando de oreja a oreja en intervalos fugaces y desvanecientes, acortando el espacio entre susurro y susurro se iba acortando, oscilando como el péndulo de Foucault, se vino acercando un sonido de voces que se le antojaban de alguna forma familiares; le fue llegando a los pabellones de sus orejas en un rumor que se convirtió en estampida, bombardeando sus nervios de sonidos ininteligibles de los cuales sólo pudo captar en un principio uno que otro monosílabo, tornándose luego en palabras y luego en frases inconexas.
“suspira, suspira, suspira” decía una voz alegre y femenina, afectada de ecos e inflexiones ocasionales. Voces y más voces parecían chillar palabras sin sentido.
“suspira, suspira, suspira… ohhhhhhhhhhhh!” repitió la voz, agregando una corta pausa en la cual el hombre alcanzó a captar el sonido de una profunda y feliz inspiración, acompañada luego de una larga y dulce exhalación.
“suspira, suspira, suspira” la voz empezó a tornarse en un coro, un clamor… una súplica que invitaba al hombre a suspirar, a celebrar el aire, a inflar de naturaleza los pulmones, a suspirar por amor a la vida.
Pausa… inhalación.
Un tic nervioso y frío, rápido como las malas noticias, invadió con un vertiginoso descender de montaña rusa todo el camino que desde los tuétanos hasta la médula flanquea el espinazo, estrellándose, dándole noticia a aquel amasijo de carne magullada y huesos rotos del estremecimiento que supone el choque de vida inyectado a un cuerpo recién caído en este sórdido e indiferente asfalto. De repente, como una alucinación borrosa y distante, la blancura en la cual estaba sumido empezó a ondear, como estuviese hecha de agua y alguien hubiese dejado caer una gota ahí, en todo el centro de la vida misma.
Las ondas se movían alegremente,
La segunda inspiración fue larga y meditabunda. Cuando ya vino el momento de dejarla salir, las ondas de la blancura que lo cubría todo se enervaron, excitadas por el segundo soplo de vida que se proyectaba hacia ellas.
La tercera inspiración vino acompañada
Una segunda explosión atronó dentro
El tercer impacto dejó todo de nuevo en silencio, la imagen de ondas y destellos de luz se detuvo y fue reemplazada por la borrosa imagen de una pequeña fogata que se consumía ante sus ojos.