viernes, 20 de junio de 2008

Todos nos reunimos con cierta regularidad en el iguana bar después de pasada la tarde. Entre semana la cosa es más bien de tomarse uno o dos scotchs dobles, conversar con Frankie y escuchar un poco de música de la rockola. De vez en vez consigues flirtear con alguna de esas sexi-ejecutivas y abogadas que se sientan alrededor de media hora con el mismo vaso de licor, o en el peor de los casos, uno de esos asquerosos cocteles. No es difícil llevar a una de esas a la cama, sólo hay que entablar un poco de conversación, ganar algo de confianza y cuando ya hayan tomado el cuarto trago retarlas a tomar algo de tequila. Eso las envalentona. Después sólo hay que demostrarles el poder de tus bolas y preparase para lastimar al marido en caso de que aparezca justo en el momento en que más disfrutas perjudicar a su esposa. A veces no tienen marido pero eso no es divertido. Las mujeres casadas son todas unas pervertidas.

Mañana sábado Guy va a tocar algo nuevo. Jackie lo va a acompañar en la guitarra tal como yo se los sugerí. Eso va a estar interesante porque yo he oído a mi embolador tocar y lo hace de manera fenomenal: se retuerce, gime, gesticula, abraza su guitarra y pega la cabeza al hombro cuando siente que sus solos lo llevan al cielo. De eso conversábamos justamente ayer y me decía una y otra vez que la guitarra es la vida, que es como respirar. Recuerdo la historia: Jackie, venido de Alabama que es la tierra de donde provienen los all american negros por excelencia, aprendió a tocar desde la edad de diez años en una vieja estación de tren abandonada donde vivía Tadheus, un viejo botones de tez oscura que vivía en uno de los vagones que permanecían ahí cayéndose de la herrumbre y que subsistía de una modesta pensión otorgada tras toda una vida de atender a los caprichosos pasajeros del Lady Missouri, aquella gigantesca bomba de vapor cuya vida útil expiró el mismo día en que crazy old Tadheus cumplió con sus años de servicio. Se vieron por vez primera el día en que el humilde Jackie ponía pie por primera vez dentro de un tren. Iban al entierro de la tía Ann-Sue, Mary-Ann o como sea que se llamara. Tuvieron una buena primera impresión: Jackie lloraba por no sé qué asunto y Tadheus violaba a su madre con la mirada ¡Vaya forma de empezar una amistad! Ese fue el último viaje del Lady.

Era una de esas tardes soleadas. Jackie bordeaba distraídamente el gran Missisipi observando los vapores que iban y venían, los mismos vapores que en algún tiempo inspiraron a Twain y le instruyeron en los oficios fluviales. Jackie debió ser alguna especie de Huckleberry Finn en su tiempo, talvez tanta aventura infantil fue lo que le llevó al vagón de crazy a buscar qué sé yo. El hecho es que todo el mundo temía al viejo morocho desde el día en que decidió echar a la policía local de los alrededores de sus dominios -nunca más volvieron- al azuzarles a su camada de Pitt Bulls por haberles ellos pedido entrar a su vagón para buscar no sé qué cuerpo desaparecido de una vieja prestamista del centro del pueblo. Me dijo que llegó caminando por encima de los vagones, atraído por una extraña y burda música que crazy tocaba en una hermosa Gibson color azul oscuro. En letra cursiva de color plateado, en el mástil, se leía claramente el nombre de su amante: Lucille. Ese era el nombre de su guitarra.

Jackie, sentado en el techo de un vagón situado a unos tres metros de donde Tadheus y los mastines a sus pies asimismo escuchaban como en trance la agonizante voz acompasada de las dulces y melodiosas notas que crazy y Lucille emitían en su eterno llanto de negro sobreexplotado, agotado, doliente y por siempre ciudadano del triste progreso obrero que hace grande a toda nación. El llanto se prolongó por más de una hora ininterrumpida en una sola canción conformada por un mosaico de tonadas aprendidas a lo largo de sus años de servicio en los vagones en los que los negros viajeros compartían sin envidias ni solemnidades de derechos de autor sus composiciones originales o en algún lado aprendidas. A veces cuando lo recuerda, Jackie canta algunos fragmentos de aquella canción única que va más o menos así:

“Ohhhhh, mamma, mamma, don’t you talk me back.

‘cause I’m swimin’ thru the river o’ Babylon.

Meet me back to your breast, oh cum’ on baby

‘cause I ain’t never over dying all night long.

Baby, baby, baby, babe… I ain’t over raining tears

But I’ll be there for you three years

then I’ll be running back home”.

Cuando ya hubo terminado su réquiem, Tadheus abrió por fin los ojos -porque al momento de tocar a Lucille los mantiene cerrados de principio a fin- al mismo tiempo que los canes, y como si fueran uno sólo, posaron la mirada en el pequeño intruso. Fue darse cuenta de que el niño aún permanecía alelado por las tonadas lo que hizo que crazy permaneciera en silencio y expectante -igual que los perros- como esperando el espanto y consecuente huida del crío.

2 comentarios:

Rejog dijo...

Una manifestación literaria muy significativa. Su objetividad estudia el espacio y las figuras de cada perfil individual.
EXCELENTE!
keep walking!!

Valeria Elías dijo...

me gustó... tan simple como eso... gracias...