viernes, 20 de junio de 2008

“El viejo Guy Beausoleil (cuando no era tan viejo) estaba un día en el Iguana Bar. Llevaría más de quince minutos ahí sentado cuando, sin ningún motivo, sacó su vieja armónica (la que robó cuando sólo tenía siete años) y empezó a tocar una tonada que aprendió en uno de aquellos bares estilo New Orleáns. Era música para callar, para mirar al fondo del vaso de whisky y pensar en el día tan pesado que tuviste que pasar, en el angustioso pasado, en el incierto futuro –pero nuestro futuro no es nada incierto, eh?-, en lo terrible que es la vida. Guy Beausoleil cantaba a la vida, a la vida real y su armónica, esa armónica que te regalé para tu cumpleaños, rasgaba el ambiente con sus notas metálicas, mientras el barman, Frankie Quinn padre, observaba aterrado cómo la melodía sumía lenta y pesadamente a él y al público en un vaporoso letargo que enralecía los movimientos de cada uno poco a poco… poco a poco. Beausoleil no se detenía: cantaba y cantaba y el público ahogaba sus penas en más y más licor. En algún momento, algún desconocido entró al Iguana, pasó por entre el público, observando con curiosidad la sofocante escena, se sentó en la barra y le pidió, a Quinn padre, ¡un bloody mary! Éste sin inmutarse le dijo “ve a casa, chico” y ante la arrogante negativa de aquél, se limitó a decir “si quieres un bloody mary, ve al Quick-e mart y compra tus propios tomates. Aquí servimos licor, bebida para hombres.”, el chico hace amago de replicar, pero la mirada de un Quinn voltea trenes. El chico pide un Wild Turkey, Frankie padre levanta una ceja y se lo sirve sin replicar. El chico alarga el primer trago y un terremoto de 6.5 recorre su cuerpo de espantapájaros de rancho pobre. Un minuto después está mirando fija y como que rencorosamente a Beausoleil y le grita “¡calla esa bazofia!” y Beausoleil sólo toca y canta y empaña el ambiente con sus notas del sur, de la esclavitud, de la segregación, y el chico golpea la barra con su copa prematuramente vacía de turkey y grita “¡eh, anciano! Otra. Sírvelo doble… triple… trae la botella” Frankie padre mira a Beausoleil, que lo mira asimismo y mira al chico y mira a Bausoleil y mira al chico y mira a los clientes y hace un inventario mental de quién es y quién no es y mira de nuevo a Beausoleil y al chico y hacia la puerta y a Beausoleil y el chico que se impacienta y le dice, tomándolo de la corbata (porque los Quinn siempre usan corbata) “¿acaso mi dinero no vale?. Ve y trae esa botella antes de que tenga que verme en la obligación de golpearte”, Frankie padre asiente solícito y en vez de sacar una botella se dirige hacia la puerta y mete una mano en el bolsillo derecho del pantalón y saca su juego de llaves (tenía muchas llaves) y lentamente escoge una y el chico que tiene la vista vuelta hacia Beausoleil y grita, más duro esta vez “calla esa mierda. Eso es de negros. ¿Es que acaso eres negro? Vamos NEGRO, habla.” Beausoleil a esta altura de la canción está tan emocionado que no se da cuenta de que, por primera y seguro única vez en su vida alguien lo vería llorar en público y canta y toca y oxida y ennegrece el ambiente y luego, de repente se detiene. Camina hacia la barra, el chico lo mira indiferente y Guy Beausoleil, la leyenda misma, ase su armónica como un puñal y golpea al chico en la oreja derecha con tal violencia que el instrumento se abolla del lado en que lo hirió, y luego pone su armónica sobre la barra y con la misma lentitud con la que se cepillaría los dientes saca de su Jersey un anillo de cuatro dedos y se lo pone con esa delicadeza tan suya y lo golpea en la frente y el chico que cae de espaldas sobre otro cliente que no sería nadie más que “el pimp” Rodríguez, el cual lo empuja hacia las mesas y Beausoleil toma una silla y lo golpea con tal fiereza que (dicen) que quedó sólo con el espaldar en las manos, y luego saltó sobre él y empezó a golpearlo ¡así! ¡pum!, ¡pum!, ¡pum!, y le decía con su voz de saxo “don’t u’ fuckin’ mess with my music”

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